Quince días de insomnio por un sueño de pasión


Era el primer día, el camino se me hacía cada vez más largo, parecía como si el amanecer fuera de nieve, entre aquellas fachadas, blancas pero sucias por los recodos, era tan largo el trayecto, que, al parecer, me veía atraído por el centro de la tierra, y su fin fuera allí.

No sobraba espacio alguno, pues los locales se amontonaban, con sus viejas persianas oxidadas, como si se tratase de hojalata. Aún era temprano, solamente había un escaparate abierto, el cual, mostraba zapatos viejos, tanto de Señoras como de caballeros o niños, ordenados de forma, estaban acuñados correctamente, y en el centro de todos estos, una horma, con un zapato, ya colocado dentro, de forma que quedaba boca abajo. De pronto miré a un lado derecho de la acera, y descubrir, por la luz y el olor, que era un horno de pan, el que parecía ocultarse entre dos esquinas. Era tan buen color, que mi estómago, me pegaba pellizcos, como si tuviera un enanito dentro. La nariz, la llevaba como anestesiada, de una manera, que había ya pasado bastantes metros de aquel olor, pero claro, era razonable, llevaba solamente en mi barriga, un buche de café, tan aburrido que creo haberse evaporado al pasar por la garganta. Me dieron algunos impulsos, para volver allí, pero eran tan grandes mis ganas por llegar, que mi estómago se llenaba, solamente con nombrar su nombre en voz alta: ¡Teatro, ay de mi Teatro!

Era la calle, cada vez más blanca, no por su color de fachada, sino por su claro amanecer. Llegando a su fin, nacía otra callejuela, pero ya aquí, el ambiente cambiaba mucho, era ancha, y sobre todo tenía una particularidad, había que andarla mirando al suelo, pues si mirabas el fin de la calle, los párpados se te encogían al deslumbrarte, de la fuerte luz que desprendía de la escuela de arte. Tan blanca, que, con sus ventanales amarillos, parecía la fisonomía de un hombre gigante, ocultada entre gasas y solamente se percibía, las orejas como ventanales de los extremos, los ojos como ventanas superiores, y la boca como puerta.

Había llegado ya, las manos me temblaban, y estaba tan tenso, que los huesos me crujían como a una nuez al apretar la. Di los buenos días al conserje, supuse, el cual muy agradable, me indicó que esperara en una sala donde la ocupaban varios muchachos de la selección. No hablaba nadie, éramos para los demás auténticos desconocidos. Cruce una palabra con uno, referente con el material escolar. El mismo, andaba más tenso que yo, y no volvió ni a mirarme. Anduvimos casi todos, de un lado para otro, en aquella salita pequeña. En ese momento se nos hacía vergonzoso, andar un paso más de lo normal, no pasábamos del tablero de anuncios, pero era muy amplia la sala. Tuvimos que esperar así, viendo a limpiadoras para allá y para acá, media hora.

 

Al cabo de unas horas del primer día de pruebas, ya nos conocíamos hasta la última esquina o resquicio de aquel lugar. Deambulábamos de clase en clase, a la velocidad de los años luces, con cosas en las manos, con diez mil ideas en la cabeza y los nervios de una pasión desenfrenada. Ahora me toca Danza, luego Pantomima, Acrobacia, más tarde Interpretación con el gran profesor Antonio Campos, Dramaturgia no se con quien nos ha tocado de profesor, Música, Danza rítmica y Ballet clásico. En una semana éramos como una gran familia. Ensayos, prácticas, clases teóricas, estudiar mucho, preparar monólogos de fragmentos de grandes de la Literatura española. Y los fines de semanas, salíamos a las calles céntricas de Sevilla como la Alameda, Feria, callejones sin salidas, de antros raros con olor a Marihuana y vasos largos de cubalibre.

La primera vez que lo vi, tirado en su esquina favorita, frente a una de las aulas, liándose un pitillo, con sus rastas, y esos ropajes indie, me dijo: ¿Qué pasa, como estas?, ¿Quieres un pitillo?, tan natural y con tanto cariño, como si nos conociéramos de toda la vida, a partir de entonces, nos hicimos grandes amigos y compañeros de fatigas, hice grandes amigos en la escuela de arte, gente que me llevaré a la tumba, en mi corazón, compartir la misma pasión, los mismos sueños, eso une una dimensión que pocos la conocen, vivir para y por el Teatro, la interpretación, malvivir amando, pero feliz de hacer lo que te gusta, y aunque tu familia mire para otro lado. Años después, lo vi pelado y con fijador y chaqueta en una serie de larga tirada, pseudoculebrón, me alegré verlo trabajando, pero me dije, ese no es el que yo conocí como un hermano, trabajando codo con codo, sin un duro, y alegre y feliz con un cuarterón de tabaco y una litrona los sábados. Pero son fases de la vida, y se le veía también ahora feliz, trabajando en la pequeña pantalla. Ya era muy famoso, pero no había perdido ese brillo de humildad en su mirada.


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